Los animales siempre nos dan lecciones de vida, lecciones que nos hacen ver que el mundo no gira alrededor del ser humano, que aunque se ha adueñado del planeta y de sus especies, no es superior en ningún sentido. Un claro ejemplo es la conmovedora historia de Alex el loro.
Alex era una especie de loro gris africano, quien formó parte de un estudio psicológico realizado por la Dra. Irene Pepperberg, el cual duró el tiempo de vida que Alex pasó con ella, es decir 30 años. Durante este tiempo, Pepperberg estudió el comportamiento de este maravilloso loro, aportando nuevas teorías y preguntas en la investigación sobre psicología animal, particularmente de las aves, las cuales, previo a este estudio, no eran consideradas inteligentes, debido al tamaño pequeño de su cerebro.
Alex fue comprado en una tienda de mascotas en junio de 1977, con alrededor de un año de edad, su nombre le fue puesto debido al acrónimo que formaban las palabras “Avian Learning Experiment”. Con este experimento, la Dra. Pepperberg intentaba probar que las aves y los animales en general eran seres inteligentes, capaces de aprender, razonar y formular pensamientos coherentes para la comunicación, y en el caso de los loros, usar las palabras creativamente, no sólo basados en una imitación. Se trataba de darles el lugar justo a los animales, uno que el ser humano les ha arrebatado desde hace siglos. El pequeño loro llegó a desarrollar la inteligencia y raciocinio de un niño de 5 años. Él podía identificar objetos, números, colores y formas, así como conceptos como “grande” y “pequeño”. Así mismo, llegó a manejar un vocabulario de 150 palabras. Alex el loro desarrolló tanto sus capacidades cognitivas que cuando se equivocaba decía “lo siento” y cuando estaba cansado pedía volver a su jaula. Así mismo aprendió a corregir a sus entrenadores cuando se equivocaban y a enseñar a otros loros y motivarlos diciéndoles “lo puedes hacer mejor.” La comunicación de Alex no quedaba solamente en los experimentos de aprendizaje, sino que también utilizaba lo que había aprendido para satisfacer sus propios intereses, pues cuando le apetecía decía “quiero maíz” “quiero subir al hombro” o “quiero cosquillas”. La típica frase antes de ir a dormir era “¿Vendrás mañana?”
Alex tuvo momentos impresionantes, uno de ellos fue cuando hizo una pregunta impactante sobre su propia apariencia. Cuando le pusieron enfrente un espejo preguntó “¿De qué color?” y a partir de ese momento aprendió la palabra “gris”. Pepperberg ha defendido los resultados de sus estudios con Alex durante muchos años. «Desde el punto de vista científico, Alex nos enseñó que las mentes de otros seres vivos se parecen mucho más a las mentes humanas de lo que estábamos dispuestos a admitir». Aunque muchos científicos atribuyen la inteligencia de Alex a un condicionamiento operativo, lo cierto es que Alex fue mucho más que eso, un ser viviente que nos demostró que la conexión entre un animal y un ser humano es muy real, posible y que cualquier ser vivo merece ser respetado. «Estoy hablando de asuntos con profundas implicaciones filosóficas, sociológicas y prácticas. Su ejemplo ha servido para plantearnos incluso el lugar del hombre en la naturaleza», dijo Pepperberg.
Alex murió inesperadamente a los 31 años de una insuficiencia cardiaca, antes de acostarse el último día de su vida, el pequeño loro preguntó “¿Vendrás mañana?” y dijo a Pepperberg «Sé buena, te quiero», esas fueron las últimas palabras que se escucharían de Alex. Todo esto nos lo cuenta Pepperberg en su libro “Alex y yo”, la historia de un aprendizaje mutuo y una conexión entre el ser humano y los animales que nos hace reflexionar sobre la naturaleza humana y sobre que hemos ocupado más lugar del que nos corresponde en este mundo.
Por Lina Alcaraz
Comments